lunes, 16 de julio de 2007

Niños-soldado: la guerra no es un juego


Félix Población


(artículo publico en Diario del Aire).


El documental Invisibles, producido por Javier Bardem para Médicos sin Fronteras, refleja a través de la cámara de cinco conocidos directores otras tantas historias con la credencial que les da título por su precaria repercusión mediática. Una de ellas es la terrible ignominia de los niños-soldado de Uganda (Buenas noches Ouma).


Han pasado más de veinte años desde que el presidente de ese país, Yoveri Museveni, que cuenta con la máxima confianza de los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña, reclutó en los años ochenta centenares de adolescentes para llegar en 1986 al poder a través de la guerrilla. Hay un libro que cuenta esa experiencia, firmado por China Keitetsi, cuyo solo título enuncia la estricta y rotunda dimensión de la barbarie: Mi vida de niño soldado: Me quitaron a mi madre y me dieron un fusil (Ed. Maeva, 2005). Como nada ni nadie lo impidió entonces, los actuales opositores a Museveni hacen ahora lo mismo para nutrir sus contingentes guerrilleros de sangre joven.

Otro libro, Alá no está obligado, (Ed. Muchnik, 2001), escrito por Ahmadou Kouroma, refleja el conflicto vivido en Liberia y Sierra Leona en los últimos tres lustros en torno al control de la extracción de diamantes y a la explotación de los niños-soldado por los señores de la guerra en connivencia con sociedades trasnacionales. Hablan los libros, pero su testimonio vivo y literario es insuficiente para que tan vergonzosa leva continúe envuelta en la distancia, la indiferencia, la invisibilidad y el silencio.


Un niño de la guerra está también perdido para la paz, decía el ministro de Exteriores francés en la conferencia organizada el pasado mes de febrero en París bajo el epígrafe Liberemos a los niños de la guerra: La plaga de los niños-soldado, añadía, representa una bomba de relojería que amenaza la estabilidad y el crecimiento de África, por si no fueran ya sobrados y de gran calado los riesgos que comporta sobrevivir en ese sufrido continente.


Pero si tan indignante resulta que los niños y adolescentes africanos en lugar de jugar y educarse maten, ¿a qué viene fomentar la curiosidad y el interés por la industria y el ejercicio de las armas entre los niños y adolescentes de nuestro propio país? ¿Por qué últimamente, en ferias infantiles y juveniles como el salón de la Infancia, Expojove o Juvenalia, se está haciendo notar con un incremento más que notable la presencia del Ejército y los cuerpos policiales con actividades propias de la milicia?


¿No sería más idóneo para la conciencia cívica de nuestros más jóvenes ciudadanos que en esas convocatorias lúdicas y formativas se expusiera la cruenta realidad que se desprende del empleo de las armas en los oscuros y silenciados conflictos militares a que hago referencia? Unos 250.000 niños y niñas mueren asesinados al año en esas confrontaciones y dos millones son víctimas del tráfico sexual, según datos del Centro Reina Sofía parta el Estudio de la Violencia. El conocimiento de esa información me parece mucho más provechoso que saber apretar un gatillo o competir en la desactivación de minas en una feria infantil. La guerra no es un juego.

No hay comentarios: