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Para los niños soldado que participaron en la guerra en la República Democrática del Congo (RDC) y han sido desmovilizados, la vuelta a casa es un difícil viaje.
Con una sonrisa de picardía y de autosuficiencia, Cyprien alardea de tener 17 años, si bien la ficha del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) indica que tiene sólo 15.
"Me fui a la guerra voluntariamente, porque vi que otros lo hacían", dice a bordo de un vehículo del CICR que le lleva de regreso a su casa, en el territorio de Masisi, una parte de la vasta provincia de Kivu Norte, en el este del país.
"Además estaba harto de mi madre, que siempre me estaba regañando", explica Cyprien, que en sus seis años como soldado con grupos rebeldes opuestos al gobierno de Kinshasa se ganó el alias de Rambo.
Preguntado por la razón que le llevó a luchar, se encoge de hombros y espeta: "No tenía ninguna razón especial".
País en guerra, jóvenes en guerra
La desmovilización de los niños soldado en la República Democrática del Congo, una tarea difícil para Cruz Roja y las ONG
Como Cyprien o su compañero Jean de Dieu, que da saltos a bordo de otro vehículo del CICR por las imposibles carreteras de Masisi, cientos de soldados han sido desmovilizados en el proceso de pacificación de la RDC.
El país, con una extensión similar a Europa Occidental, vivió dos guerras en los años noventa que se cobraron más de tres millones de vidas por los combates, el hambre y las enfermedades que conllevó la contienda.
La primera guerra tuvo lugar entre partidarios de los líderes políticos Mobutu Sese Seko (que gobernó la República, entonces llamada Zaire, durante 32 años hasta 1997) y Laurent Desiré Kabila, padre este último del actual presidente Joseph Kabila. La segunda vino motivada por tensiones raciales importadas de la vecina Ruanda. Con guerra o sin ella, la RDC ha tenido que soportar la codicia de los países y empresas occidentales, que expolian de materias primas su rico suelo.
Aunque, tras el fin del último conflicto, la transición se completó en 2006 con la celebración de elecciones legislativas y presidenciales, la violencia continúa en el este, donde aún siguen activos grupos armados que se enfrentan regularmente al Ejército. No se descarta que la escalada de violencia lleve al país a una nueva guerra.
El regreso a la vida civil no siempre es deseado ni fácil para jóvenes que desde niños sólo han conocido la vida de soldado.
"Al principio todos quieren fardar de haber sido soldados", dice Mario Pérez, director del Centro Don Bosco de Goma, que acoge a menores en situaciones difíciles, incluidos antiguos niños soldado en tránsito y a la espera de ser reunificados con sus familias.
"Algunos están traumatizados y por la noche no pueden dormir o se despiertan gritando", señala este venezolano que lleva veinte años trabajando en Congo con los salesianos.
"Los niños no diferencian entre el bien y el mal. Y muchas de las cosas que hicieron fueron bajo los efectos de las drogas", añade Pérez.
El CICR participa en las labores de reunificación familiar y en los últimos años ha llevado a casa a 54 antiguos niños soldado en la provincia de Kivu Norte.
"Usan el arma como un instrumento de música"
Yann Bonzon, jefe de la subdelegación del CICR en Goma, subraya que la reintegración en la comunidad puede ser "la parte más difícil" para estos niños, un fenómeno que en los últimos veinte años "se ha hecho más frecuente en África".
Para Félix Ndagijimana, director del centro de tránsito CAJED, que acoge a ex niños soldado a la espera de su reintegración, "los niños son más maleables que los adultos y por tanto más fáciles de reclutar".
"Usan el arma como si fuera un instrumento de música. Para los desmovilizados, el trauma no llega automáticamente, sino al cabo de un tiempo, cuando recuerdan las cosas que han hecho", explica.
Jean de Dieu, también de 15 años y que pasó sólo unos meses con un grupo armado, está feliz de volver con su familia y admite que no le gustó la experiencia. "No creo que jamás vuelva a irme voluntario", asegura.
En cuanto a Cyprien, aunque se declara contento de volver temporalmente a casa, sabe que su vida va a cambiar y le preocupa.
"En el ejército podemos tener todo lo que queremos. Las mujeres bonitas son para los soldados, el dinero es para los soldados, yo ganaba doce dólares al mes y me lo gastaba en bebida, drogas y mujeres", relata.
"Si lo dejo es por obligación. Vuelvo a casa con las manos vacías, ¿qué van a decir de mí?", se pregunta.
"No sé leer ni escribir. Si no puedo trabajar -concluye "Rambo"- volveré a hacerme soldado".
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